
Cómo pasé décimo
Juán Fernando Hincapié
Completo
1 hora 4 minutos
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De la editorial
Según los entendidos, en una de las novelas más importantes del siglo XX, el escritor irlandés James Joyce demuestra que la epopeya de la vida del hombre contemporáneo se repite infinitamente cada uno de los días de su vida, dado que todos son iguales. En Cómo pasé décimo, Juan Fernando Hincapié hace algo que a nuestro juicio puede ilustrar esta idea, al menos en el sentido de que al contar exhaustivamente el día de un personaje se puede resumir una época. J. Tautiva, un hombre de 45 años, relata un día de su adolescencia que bien podría resumir o espolear su existencia; una jornada que abre con trivialidades y que con el paso de las horas se va llenando de señales que apuntan hacía un final épico. Así, una canción de Carlos Vives tocada en el instrumento más infame, la flauta dulce, puede salvar al protagonista de repetir el año, mientras las calles de los conjuntos residenciales del lejano norte de Bogotá están llenas de adolescentes agresivos y de jovencitas de nombres compuestos (Sandra Milena, Andrea Paola, Diana Carolina) que están inflamadas de colágeno y sensualidad.
Pero el verdadero valor de este ejercicio de la memoria del narrador, un valor que sin exagerar entra en el terreno de lo ético, reside en la lealtad que demuestra quien lo narra hacia quien es narrado: el hombre de 45 años no trata a su versión juvenil con condescendencia sino que por el contrario camina junto a él, con sincera comprensión de las emociones y las razones que motivan cada uno de sus pasos, compartiendo sus principios vitales y mamando gallo de igual a igual.
En Cómo pasé décimo nos podemos reconciliar con el adolescente que la mayoría de los hombres nunca dejamos de ser, y que casi siempre nos toca esconder para pasar por personas presentables en los tiempos que corren.
Pero el verdadero valor de este ejercicio de la memoria del narrador, un valor que sin exagerar entra en el terreno de lo ético, reside en la lealtad que demuestra quien lo narra hacia quien es narrado: el hombre de 45 años no trata a su versión juvenil con condescendencia sino que por el contrario camina junto a él, con sincera comprensión de las emociones y las razones que motivan cada uno de sus pasos, compartiendo sus principios vitales y mamando gallo de igual a igual.
En Cómo pasé décimo nos podemos reconciliar con el adolescente que la mayoría de los hombres nunca dejamos de ser, y que casi siempre nos toca esconder para pasar por personas presentables en los tiempos que corren.